Como enfrentar experiencias traumáticas
Como enfrentar experiencias traumáticas
Para la mayoría de las personas, vivir una experiencia traumática tiene en mayor o menor grado, diversas consecuencias que se vinculan a la ansiedad.
Desde un punto de vista clínico, se entiende como experiencia traumática aquella en la cual la persona experimenta un daño físico o sicológico. Son innumerables, y pueden ir desde el robo de una cartera en plena calle hasta accidentes automovilísticos, golpes, incendios, o la pérdida de un ser querido.
Ser testigo de estos hechos puede resultar tan violento como protagonizarlos.
En general, la persona manifestará diversos grados de ansiedad durante los días o semanas siguientes. Tendrá alguno o varios de estos síntomas: dificultad para relajarse, sentimientos de miedo y de terror, agitación motora, náuseas, trastornos digestivos, manos transpirantes, sensación de que le cuesta respirar.
En ocasiones, se experimentan sentimientos de irrealidad: la persona se siente rara: se desconoce a sí misma y su entorno. Lo que era familiar, ya parece no serlo.
En el área cognitiva, cuesta concentrarse, hay fallas en la memoria, inhabilidad para controlar el pensamiento, confusión, bloqueo para hablar, mente en blanco.
¿Cuándo es anormal?
Los síntomas descritos anteriormente resultan normales después de un hecho traumático en que lo habitual ha sido violentamente alterado.
Es razonable que alguien se sienta asustado al sufrir un asalto o un choque, y que experimente una sensación de vulnerabilidad en los días siguientes.
Pero no es sano que no se atreva a salir solo, o subirse a un bus durante semanas o meses.
Cuando la ansiedad se prolonga, entorpeciendo el desarrollo de actividades laborales o de simple convivencia social, algo no está funcionando bien.
Además, evitar el enfrentamiento con la realidad sólo conducirá a que el problema se haga más profundo y más difícil de superar.
Imágenes incontroladas
Los eventos traumáticos pueden incluir un daño físico o sicológico real. O una amenaza.
Tal vez la expresión más dramática de este tipo de desórdenes, sea la llamada neurosis de guerra, caracterizada por reiteradas e incontroladas imágenes de eventos catastróficos ocurridos en la batalla. Esto desencadena una reacción autonómica de ansiedad. Algo similar, aunque menos fuerte, se ve en la vida civilizada, frente a sucesos aterradores, como intervenciones quirúrgicas y otros similares.
Se experimenta el miedo como si estuviera viviendo la situación de peligro, o surgen imágenes tan vividas que el individuo las cree reales. Siente la amenaza. Y el organismo se prepara para atacar o huir. De ahí la transpiración, la taquicardia y la respiración acelerada.
Esas imágenes incontrolables persisten sin que el paciente sea capaz de ponerles término.
El problema central de la ansiedad post-traumática lo explica el doctor Beck, director del Instituto de Terapia Cognitiva de la Universidad de Pennsylvania:
La persona normal es capaz de determinar rápidamente si un estímulo es una señal de peligro real. Si no lo es, su ansiedad disminuye hasta desaparecer.
Por el contrario, el paciente ansioso no discrimina entre lo que es seguro e inseguro y continua etiquetando el estímulo como una señal de peligro.
De esta manera, la asociación entre el estímulo y el concepto de peligro llegan a fijarse en forma permanente.
Así, lo que ha comenzado con una causa precisa (accidente, ruptura sentimental, aumento de trabajo), se transforma en una ansiedad constante que llega a perjudicar el desarrollo de la vida normal.
Los tratamientos sicológicos se han demostrado efectivos. Fundamentalmente, se basan en técnicas de reestructuración cognitiva: se ayuda a la persona a valorar en su justa medida lo ocurrido. Y se le entregan elementos para que recupere el sentido de la realidad actual, adecuándose normalmente a ella.